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EL RINCÓN DEL

CUANDO EL GALGO VA DE CAZA

 

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Asomado a la ventana de la melancolía suena el timbre del deseo. Vértice atronador del ciego en su misterio. No quiero ver los deseos sublimes arropados por el viento huracanado del futuro.

El galgo siempre lleva la ventaja con sus patas largas, como los confines de palacio enmascarados por el empuje de la codicia aventurera sembrada en la hoguera de las vanidades.

El adiestramiento requiere tiempo, destreza y habilidad en el manejo de los hilos, la mordaza suena a madera noble enclaustrada en el aparato regulador.

La furia contenida no le hace menos temible. El esfuerzo es inversamente proporcional al resultado de la hazaña. La pieza cuando se resiste, es porque tiene la suficiente habilidad, conoce las tetras del adversario. No sale corriendo en la larga distancia, encaja las tarascadas, esquiva, dribla con juegos de cintura con toda maestría.

La madera en el camino, forma parte del cobijo en el juego de la permanencia. Los sustos son mentiras enmascaradas por el ruido mediático del alboroto alrededor del matorral. La pieza sabe cómo defenderse en ese juego de zigzag acosada por alguna corriente temprana, que hace cambiar el olfato surgido por motivos de seguridad.

El galgo queda con el rabo entre las piernas, sigue a su amo triste en el encaje de la derrota.

Hasta la próxima.

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